La ofensiva del presidente estadounidense contra las instituciones y agencias que componen el Estado profundo —el Estado permanente o el gobierno invisible, como también se lo conoce comúnmente— continúa.
Cualquiera sea el futuro que nos depare —y pocas veces presenta tantas promesas y tantos peligros como ahora— Trump y su equipo de seguridad nacional pusieron en marcha muchos mecanismos la semana pasada.
No era difícil prever que quienes planifican y ejecutan la política exterior estadounidense, carentes de toda imaginación y de cualquier cosa remotamente parecida al coraje, serían incapaces de una transición ordenada hacia un orden mundial multipolar.
La cultura política y mediática de Estados Unidos ha producido dos de las figuras más incompetentes imaginables para competir por el papel de conducir al país al abismo, escribe Jim Kavanagh.
Sea testigo de la destrucción de un pasaje muy significativo en la historia de Estados Unidos. Ser privado de esta manera del pasado –de los hechos de nuestro tiempo– es una especie de condena.
Seguimos enfrentándonos cara a cara con los restos de los años del Russiagate, cuando el 45º presidente amenazó al aparato de seguridad nacional, posiblemente por primera vez desde que Kennedy despidió a Allen Dulles como director de la CIA en 1961.