En Estados Unidos, el recuerdo colectivo más fuerte de las guerras elegidas por Estados Unidos es la conveniencia –y la facilidad– de olvidarlas. Así será cuando miremos por el retrovisor a una Ucrania arruinada, escribe Michael Brenner.
Llámelo el nuevo aislacionismo estadounidense, escribe William J. Astore. Sólo que esta vez el país –aunque está orgulloso de su ejército “excepcional”– está aislado de los desgarradores y horrendos costos de la guerra misma.
El Ministro de Defensa de China ha dejado claro que su gobierno está abierto al diálogo con Washington, escribe Vijay Prashad. Sin embargo, puso una condición previa: el respeto mutuo.
Estados Unidos sigue siendo un país poderoso, pero no ha aceptado los inmensos cambios que se están produciendo en el orden mundial, escribe Vijay Prashad.
Los recientes comentarios del ex primer ministro israelí Bennett sobre cómo aplastar sus esfuerzos de mediación en los primeros días de la guerra se suman a la creciente pila de evidencia de que las potencias occidentales están decididas a cambiar el régimen en Rusia.
Dada la historia engañosa de los Acuerdos de Minsk, es poco probable que Rusia pueda ser disuadida diplomáticamente de su ofensiva militar. Como tal, 2023 parece perfilarse como un año de confrontación violenta continua.
A medida que se acercan las elecciones de mitad de mandato en Estados Unidos, la brecha entre la descripción que hacen los medios occidentales de la guerra en Ucrania y la guerra real librada sobre el terreno parece ampliarse más dramáticamente.
No puedes drenar y empobrecer a la nación para alimentar una maquinaria militar insaciable a menos que hagas que su gente tenga miedo, incluso de los fantasmas.