La profunda crisis de la democracia estadounidense no es sólo culpa de un partido, escribe Nat Parry. La ansiedad por la pérdida de la democracia en Estados Unidos en realidad trasciende las líneas partidistas.
Este es un caso claro de abuso del poder judicial para mantener a Trump fuera del proceso político. A diferencia de los años del Russiagate, los autoritarios liberales saben que esta vez están operando a plena luz del día.
La investigación criminal emprendida por el gobierno federal contra cientos de participantes en el asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero está polarizando al país y destruyendo las libertades civiles.
El Banco Mundial ha hecho sonar la alarma, pero las fuerzas del “centrismo” –en deuda con los multimillonarios y las políticas de austeridad– se niegan a alejarse de la catástrofe neoliberal, escribe Vijay Prashad.
Las 15 rondas de votación necesarias para instalar a Kevin McCarthy como presidente de la Cámara son parte del carnaval de locura que se hace pasar por política.
Las audiencias televisadas del 6 de enero no restaurarán la democracia ni detendrán el ascenso de la extrema derecha. Son una estrategia desesperada de una clase política condenada al fracaso.
Mientras los medios de comunicación corporativos avivan a los estadounidenses en un mutuo odio partidista tribal, Jonathan Cook dice que la élite disfruta de mano libre para saquear el planeta y los bienes comunes.